De acuerdo con la idea de la sociedad opulenta, Marshall Sahlins dice lo siguiente:

“Para la opinión general, una sociedad opulenta es aquella en la que se satisfacen con facilidad todas las necesidades materiales de sus componentes. Asegurar que los cazadores eran opulentos significa negar entonces que la condición humana es una tragedia decretada donde el hombre está prisionero de la ardua labor que significa la perpetua disparidad entre sus carencias ilimitadas y la insuficiencia de sus medios.” (Sahlins, 1983, p. 13)

Ahora bien, Sahlins dice que existen dos modos de satisfacer la necesidades con facilidad: (a) produciendo mucho; o (b) deseando poco. En este último caso es donde caen las sociedades cazadoras-recolectoras. Es “un camino Zen hacia la opulencia por parte de premisas algo diferentes de las nuestras: que las necesidades materiales humanas son finitas y escasas y los medios técnicos, inalterables pero por regla general adecuados. Adoptando la estrategia Zen, un pueblo puede gozar de una abundancia material incomparable… con un bajo nivel de vida” (Sahlins, 1983, p. 14)

Antes de estas afirmaciones, las observaciones de Martin Gusinde sobre la vida de los selk’nam en Tierra del Fuego muestran una gran sorpresa, sobre todo en su estilo de vida en un entorno bastante precario:

“En el extremo más meridional del espacio vital del género humano, la Isla Grande de la Tierra del Fuego constituyó la patria de los Selk’nam. Ya sabemos por los capítulos anteriores sus medios de vida; bajo un cielo desapacible y un tiempo insoportable, la tierra se niega a proporcionar una cosecha que merezca ese nombre. Como ejemplo de los mamíferos, sólo algunas reducidas especies se orientan buscando su comida en tan escasas condiciones de alimentación. De acuerdo con ellas, tiene también el hombre que ha sido empujado hasta allí que reducir sus aspiraciones vitales al grado más ínfimo para encontrarse al menos satisfecho de la existencia. En realidad, se ha acostumbrado nuestra tribu a su inhóspita y pobre patria y ha adaptado maravillosamente a ella sus instituciones externas, en el sentido de su más amplia significación. De ello surge un feliz intercambio entre ésta y el hombre. A base de ella organiza su felicidad, pues su patria le ofrece la satisfacción de todos sus deseos en tal medida, que no desea cambiarla por otro lugar de la tierra. ¡Los fueguinos se sienten completamente felices en su pobre mundo ambiente! No consideran en manera alguna como un defecto carecer de aquellos objetos usuales y de aquellas necesidades que nosotros, los europeos, consideramos como indispensables. Quien examina su posesión en bienes materiales, comprueba al cabo de muchas meditaciones y de extensas comparaciones su extraordinaria y eficiente capacidad intelectual, pues merced a su agudo ingenio ha hecho las cosas más útiles con el más ridículo material. En especial, las armas y los utensilios de los Selk’nam nos obligan a la siguiente valoración de su aptitud para el trabajo: ¡nuestros indios eligen y trabajan el material de que disponen con tanta utilidad que con el gasto del más mínimo esfuerzo consiguen el mayor éxito! Semejante efecto recíproco entre hombres y naturaleza, puedo definirlo como de ‘Optimum adaptationis’” (Gusinde, 1951 [1947], p. 169-170)

La pregunta que queda es la siguiente: ¿los selk’nam son parte del camino Zen como decía Sahlins o solo son preferencias adaptativas que surgen de las condiciones materiales en las que se encontraban? ¿Ambas?

Referencias:

Gusinde, M. (1951) [1947]. Hombres primitivos en la Tierra del Fuego: de explorador a compañero de tribu. Escuela de Estudios Hispano-Americanos.

Sahlins, M. (1983). Economía de la Edad de Piedra. Akal.